Existe un piano en el bosque
que todas las noches suena;
yo escucho de cada acorde
cómo acelera y se frena.
Hay un punto de silencio
en su melodía eterna,
que al escucharse despacio
dentro del pecho resuena.
Son las manos del pianista
la luz de la luna llena,
y al deslizarlas deprisa
puede eclipsar las estrellas.
Infeliz me moriría
si el día de hoy muriera
sabiendo que mi poesía
no ha llegado a ser estrella.
Lidón Prades Yerves
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